Sinembargo, uno siempre siente un especial afecto por sus lectores, especialmente cuando son tan pocos, y tan fieles, y por eso hago esta nota. Varios amigos me han reclamado que no he escrito en algún tiempo y que he dejado pasar temas y oportunidades buenas para escribir. Lamentablemente, una vez más tengo que admitir que lo urgente no da tiempo para lo importante, y por estar atendiendo los asuntos relacionados con la congrua subsistencia, no puedo dar rienda suelta a mis sentimientos, ni a mis fantasías de escritor de PC, como son mis deseos.
El acontecimiento más importante de los últimos meses, sin duda, ha sido el sensible fallecimiento de quien fuera no solamente el colombiano más grande del siglo 20, como lo han denominado los medios, sino un buen amigo, un mentor, y un padrino en el buen sentido de la expresión. Me refiero a nuestro entrañable ex presidente Alfonso López Michelsen.
Obviamente a estas alturas se han escrito todas las palabras, todas las frases, todos los artículos posibles sobre López. Unos sobre su actividad política que abarca casi cien años de nuestra historia. Otros sobre su influencia intelectual, que fue siempre prodiga y fructífera. Los más, sobre su controvertida vida política. Tambien sobre sus aportes al derecho constitucional colombiano, y en fin, sobre todos los aspectos de la personalidad de este gran colombiano.
Para mí la muerte de López fue ante todo una perdida personal, entendiendo la grandeza que representa su figura y su talante, y con todo el respeto que su dignidad merece. El Alfonso López que yo siempre recordare fue el que conocí y acompañe en sus correrías, y el que tuvo la gentileza inmensa de dejarnos entrar en ese otro contexto tan diferente que es el lado humano que todos tenemos, aun los grandes personajes de la historia universal.
Mis primeros recuerdos de Alfonso López se remontan a mi infancia. Lo vi por primera vez en Maracaibo, cuando en viaje oficial como Gobernador del Cesar, paso a visitar a mi padre, Jaime Tovar Herrera, quien en ese entonces era Director del Diario Critica, de la famosa Cadena Capriles, valga la aclaración, en la única época en que los Capriles no se la tenían montada a Colombia como fue tradicional.
Luego, en uno de tantos viajes familiares a Valledupar, por primera vez vi al López “Vallenato”, sentado en el patio sombreado de una vieja casona de la plaza que hoy lleva su nombre, extasiado con las notas de un acordeón. Su figura altiva y elegante marco desde entonces en mi una profunda admiración que perdura hasta el dia de hoy.
A través de los años nos volvimos a ver muchas veces, unas en el plano social, otras en el plano político. Fue precisamente, en la campaña que lo llevo a la Presidencia, cuando hice mis pininos como “carga ladrillos” con las Juventudes del Partido Liberal.
López distinguió a mi padre y a mi familia con mucho afecto. Como es conocido, papa fue su Secretario General los primeros dos años del cuatrenio, antes de retirarse por motivos de salud. Esa circunstancia me permitió visitar San Carlos con cierta frecuencia, y me dio la oportunidad de prescenciar diversos acontecimientos de la vida presidencial.
López, a quien nos acostumbramos a llamar Presidente a secas, a pesar de tener fama de distante, en la intimidad era todo lo contrario: Cálido y afectuoso. Admirable su manera de comprender las cosas como un todo, y a la vez desmenuzar hasta los más mínimos detalles. Lo mismo daba conversar con el Presidente sobre asuntos coloquiales o folclóricos de la provincia, tema que nos unía por razones mutuas de origen, así como de los temas más serios como de política o economía, y muy particularmente, de la violencia creciente y desmedida que nos ha llevado al borde del cataclismo.
De grata recordación será siempre el viaje en que acompañe al Presidente y a la Niña Ceci al Cabo de la Vela, en tiempos en que aun se podían hacer esas cosas. Llegamos en un helicóptero del proyecto Cerrejón que nos dejo allá y paso a recogernos días después.
Fuimos huéspedes de mi primo Juan Miguel Griego Pizarro, quien era el médico del pueblo, quizá la persona más importante en ese momento y el único afortunado habitante con electricidad y agua potable garantizada. Por esas casualidades de la vida, el Presidente se nos enfermo de lo que parecía un simple refriado y pasó en cama casi dos días. Tiempo en que la Niña Ceci lo cuido como a un bebe, mientras el medico Griego hacia lo propio. De pronto se levanto, y se unió al resto del grupo en la pequeña terraza del Centro Médico, y como si nada hubiera pasado me pidió que tomara la guitarra y le cantara algo de Escalona
Pasado el susto Juan Miguel nos dijo que la gripa era casi una pulmonía y que el temblaba de pensar que se nos fuera a complicar en las condiciones en que nos encontrábamos, a horas de la civilizacion, en el mejor sentido de la frase.
A Lopez, estadista por antonomasia, Colombia entera le cabía en la cabeza y en el corazón. Tengo la absoluta certeza de que de haber ganado la presidencia por segunda vez, hubiera hecho un gobierno ejemplar, y adelantando reformas y cambios que no pudieron darse durante el Mandato Claro, por razones y circunstancias inherentes a la época.
En la campaña que perdimos, la de la reelección, ya bastante entrado en años mostraba la misma lucidez y comprensión absoluta del universo. Y dicen quienes lo conocieron antes que yo, la misma picardía intelectual de los años del MRL.
Durante esos meses le dimos la vuelta al mundo, prácticamente. Estuvimos en cada rincón de la geografía nacional. Un día en el Putumayo, y al día siguiente en la Guajira, en los llanos, en Antioquia o en Boyacá. Bajamos desde el epicentro de la patria en donde nace el Rio Grande de la Magdalena, hasta los calurosos playones de El Banco, en el vapor la Caracola, como lo hicieron Fermina Daza y Florentino Ariza en las avenidas de la imaginación de García Márquez, observando desde el Puente de mando las ruedas y las paletas chapalear en las turbias aguas del rio de Colombia.
Como esa, me quedan muchas anécdotas personales con Alfonso López, difíciles de narrar, especialmente por la necesidad de observar las mínimas reglas de humildad que esto requiere, y que serán materia de futuras notas.
Ha muerto el caudillo liberal por excelencia. El ultimo sobreviviente de una generación política, que escribio muchas paginas de nuestra historia contemporanea. Con su partida se cierra una era de la vida politica colombiana en muchos aspectos mejor que la actual, si semejante comparacion fuese posible.
Echaremos de menos su pluma afilada, su flemático sentido del humor, y la forma como con sus frases de doble sentido, ponía a pensar y a temblar al país.
También, extrañaremos verlo en Valledupar de visita, saludando a todo el mundo por nombre propio, sin equivocarse jamás, como si hubiese pasado toda su vida allí, en la plaza, en la vieja casona de Hernando Molina.
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